martes, agosto 09, 2016

Segunda Ola 2. Criolla Jazz Band

Esta entrada tiene un sesgo  autobiográfico que no celebro, pero inevitable.
El movimiento iniciado por La Rambla Vieja JB y el Mar del Plata Jazz Ensamble arrancó con una divisoria de aguas que separaba la línea más tradicional de los "rambleros" de una orientada a la línea progresiva, tanto en el dixieland como en una mirada más favorable al jazz "moderno" por parte de los muchachos del Jazz Ensamble. Como señalé en la entrada anterior estos últimos  comenzaron a ensayar separadamente reuniéndose en el quincho del Bocha Martinez Lora. En rasgos generales esa divisoria se mantuvo, hasta prácticamente los tiempos actuales, en la que sólo sobrevive la herencia de la Rambla Vieja, ya que la Atlántica Jazz Band sigue su campaña  semanal en la confitería Orión de la mano de Laci Trakal.
Como registré en una entrada anterior, en el seno de la Rambla Vieja se produjo una crisis ideológica, acorde con el tiempo político que se vivía en la primera mitad de la década de los '70.  (ver Jorge Costagliola RIP). Luego de aquel fatídico vuelo a Mendoza, yo concreté mi anunciado retiro de la banda, cosa que ya había hecho Juan Carlos Jauregui.
Esto fue vivido como una traición por parte de mis compañeros. Como ya expliqué, grietas eran las de antes. Todo acto se juzgaba desde lo ideológico, lo que hacía que me fuera éticamente insoportable seguir en la compañía musical de mis amigos de entonces. Ellos lo vivieron como una traición, y algunos jamás me lo perdonaron. Para mí fue optar por un exilio musical, que me alejaba de aquello en la que había puesto tanto esfuerzo y me retornaba a los días en que deambulaba por la ciudad sintiéndome musicalmente huérfano. 
Pero pronto comenzó una restitución. Junto al mencionado J.C. Jauregui comenzamos una campaña proselitista que empezó a reunir músicos que sin experiencia anterior estaban dispuestos a armar una banda de jazz tradicional. Así se sumó a Roberto Santos, un trombonista intuitivo que reemplazaba su escasa técnica con un efectivo gesto arrastrado y bluesero.  Tomamos contacto con otro intuitivo, Hernan Verne, que tocaba piano y que rápidamente adquirió los giros de Jelly Roll Morton.  Luego convencí a mi amigo Juan Garese,  (artista plástico) que podría ser un genial banjista.  Lo que no poseía de conocimiento musical lo supliría con sensibilidad artística. Un habitué de los ensayos de la RVJB, José Lanata, se ofreció a tocar percusión, y rápidamente se hizo de una tabla de lavar y  de un primitivo set de redoblante, platillo y bombo. Apareció otro interesado;  Pablo Trejo Vallejos. Un médico que por tucumano y cantor pudo entender rápidamente la belleza del registro bajo chalumeau del clarinete, y que en pocos meses aprendió a improvisar en estilo. Por último completamos el instrumento más difícil: la tuba. Convencimos a un personaje que solía visitar nuestros ensayos a que debía aprender a tocar la tuba. Él, hábil comerciante, nos obligó a comprarlo en forma colectiva, y así fue que se sumó Pablo Fronzi, el amigo que luego me acompañó hasta el fin de sus días, y con quien sigo conversando virtualmente prácticamente todos los días.
Todo se precipitó cuando José Lanata se apareció en mi casa de entonces con Luis Bauzá, un idealista que quería armar un boliche de jazz donde se tocara al estilo de New Orleans. Así fue que esa conjunción de deseos juveniles dieron lugar a la Criolla Jazz Band,  y que tocaba casi semanalmente en el bar/café Canotier.